LACTEOFOBIA

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LACTEOFOBIA

Vivimos en una sociedad en la que fácilmente se pasa de encumbrar las virtudes de personas o cosas a denostarlas sin sentido. Es más fácil creer a personajes mediáticos o a seudocientíficos (con intereses no confesados en el tema), o simplemente, a personas que comentan sus experiencias en foros, chats y redes sociales, que a la información contrastada científicamente. Es cierto que resulta difícil, incluso para los profesionales, interpretar adecuadamente la literatura científica y que pueden coexistir datos aparentemente contradictorios, por lo que es más atractivo seguir ciertos postulados pseudoreligiosos respecto a la alimentación, que un patrón de dieta prudente y equilibrada.
Un ejemplo reciente es la polarización de la sociedad respecto al consumo de lácteos. Por un lado, existe un consumo abusivo de los mismos en un sector amplio de la población siendo, por desgracia, excesivamente frecuente que los niños (y no tan niños) sustituyan la fruta por postres lácteos, con lo que se incrementa el aporte de grasas saturadas de la dieta y se resta de otros nutrientes indispensables como vitaminas, minerales y fibra. Por otro lado, cada vez son más las personas que achacan gran cantidad de males al consumo de lácteos por una supuesta “alergia a la lactosa” que yo denominaría lacteofobia: a las molestias abdominales (que son reales en los sujetos con intolerancia) se le añaden otros problemas tan diversos como poco contrastados : “disfunción del tiroides, diabetes, alergias varias, exceso de flemas y mucosidades, dolores de estómago, afecciones cardíacas, ciertos tipos de cánceres, obesidad e incluso osteoporosis”.
Es cierto que hasta hace aproximadamente 10.000 años los lácteos no se incorporaron a la alimentación humana y que, en la actualidad, el 25% de la población mundial, es intolerante a la lactosa. No obstante, también es cierto que evolutivamente se ha producido una exitosa adaptación genética que ha favoreciendo que sea posible digerir la lactosa en la edad adulta, en un porcentaje elevado de personas, especialmente en las poblaciones con mayor tradición ganadera. Así la proporción de tolerantes es muy alta en poblaciones europeas (hasta del 95%) y mucho más baja en algunas asiáticas (incluso solo del 10%). Esta historia de la evolución ejemplifica la interacción continua entre la alimentación, la cultura y los genes.
Por ello, para una gran proporción de europeos, un consumo moderado de lácteos (quesos, leches fermentadas, yogures, leche…) puede incluirse como parte de una dieta variada, prudente y saludable.

Gabriel Olveira Fuster

Especialista en Endocrinología y Nutrición y ejerce su labor asistencial en la Unidad de Gestión Clínica de Endocrinología y Nutrición del Hospital Regional Universitario de Málaga como Jefe de Sección. Es profesor asociado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Málaga e investigador del Instituto de investigación Biomédica de Málaga. Tanto su actividad asistencial, en el hospital, como sus trabajos de investigación están relacionados principalmente con la Nutrición Clínica y Dietética y la Diabetología. Ha publicado libros y artículos científicos en revistas especializadas en este campo.  Colabora como articulista para “Málaga en la Mesa” del Diario Sur en temas de divulgación sobre Nutrición.