LA DIETA DEL PALEOLÍTICO

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LA DIETA DEL PALEOLÍTICO

El otro día fui a cenar a casa de un amigo que se había convertido recientemente a la “dieta del Paleolítico”. Me invitó a una magnífica ensalada con frutos secos, pescado, verduras y fruta, eso sí, sin nada de pan, y de postre… fruta.

Algunos autores sostienen que nuestros genes fueron desarrollándose a lo largo de miles de años adaptándose a unas condiciones de vida (tipo cazador-recolector) en las que el gasto energético era muy superior y en las que la dieta era claramente diferente a la típicamente occidental.

Los cambios en la alimentación que se producen durante el Neolítico (con la incorporación de la agricultura y la introducción progresiva de los cereales) y, especialmente, los cambios observados en los últimos 100 años tras la revolución industrial (sedentarismo, ganadería intensiva, incorporación masiva de alimentos refinados y procesados…) han sucedido con demasiada rapidez como para provocar una adaptación genética adecuada. El desajuste entre nuestros “genes paleolíticos” y la realidad actual sería la responsable del aumento de enfermedades crónicas (diabetes, demencia, enfermedades cardiovasculares, obesidad, algunos cánceres…).

Las diferencias fundamentales respecto a la dieta occidental serían: un consumo menor en el Paleolítico de hidratos de carbono (sin prácticamente azúcares ni cereales refinados ); una ingesta parecida de grasa (pero claramente con mayor consumo de ácidos grasos omega 3 – frutos secos, productos marinos – y muchos menos omega 6 -aceites vegetales- y de grasas saturadas -animales-); un mayor aporte proteico; un consumo mucho más elevado de fibra (a base de frutas y vegetales) y un bajísimo aporte de sodio (sal).

Aunque es cierto que la dieta Paleolítica parece tener cierto fundamento, existe un paso intermedio saludable, anclado en nuestra cultura: la Dieta Mediterránea. Cada vez hay más evidencias, fundamentadas en multitud de estudios científicos, sobre el papel de la dieta mediterránea en la prevención de las enfermedades crónicas a las que antes hacíamos referencia.

Defendí que era más adecuada una ingesta moderada de hidratos de carbono a base de legumbres, frutas, verduras y cereales integrales. Pero creo que no convencí a mi amigo, que seguirá sin comer pan, legumbres o pasta… Lo malo no es que no los ponga en su mesa – él es quien cocina en casa- si no que ésto obliga a su mujer e hijas “a desayunar a escondidas”, en el trabajo o en la facultad, un buen pitufo integral con aceite y tomate (y de ello… doy fe).

Gabriel Olveira Fuster

Especialista en Endocrinología y Nutrición y ejerce su labor asistencial en la Unidad de Gestión Clínica de Endocrinología y Nutrición del Hospital Regional Universitario de Málaga como Jefe de Sección. Es profesor asociado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Málaga e investigador del Instituto de investigación Biomédica de Málaga. Tanto su actividad asistencial, en el hospital, como sus trabajos de investigación están relacionados principalmente con la Nutrición Clínica y Dietética y la Diabetología. Ha publicado libros y artículos científicos en revistas especializadas en este campo.  Colabora como articulista para “Málaga en la Mesa” del Diario Sur en temas de divulgación sobre Nutrición.