La primera vez que acudí a un congreso de Nutrición en Estados Unidos me sorprendió que los congresistas entraban comiendo y bebiendo (sándwiches, hamburguesas y refrescos) a las salas de conferencias (mientras el ponente estaba hablando…). Pero aún más me llamó la atención que no estuviera mal visto. Incluso, para las personas que más deberían promover una Nutrición óptima (los dietistas y especialistas), el acto de comer y beber era simplemente un mero acto biológico, que puede realizarse a cualquier hora y en cualquier circunstancia con el objetivo de nutrirse, pero con poca carga cultural.
En nuestro ambiente, la dieta mediterránea –cuyo nombre viene de la palabra griega diaita, que quiere decir modo de vida– no comprende solamente la alimentación, si no que significa algo más: un elemento cultural que propicia la interacción social, siendo las comidas una piedra angular de las costumbres sociales y de la celebración de acontecimientos festivos.
Por desgracia, en un mundo cada vez más globalizado, en el que el tiempo es escaso, estamos occidentalizando a pasos agigantados nuestros hábitos. El almuerzo, en el mejor de los casos, queda relegado a unos pocos minutos y resulta difícil reunirse todos los miembros de la familia. Solo con imaginación y mucho interés se puede evitar caer en las garras de la comida basura: bocatas preparados con mucho amor (que incorporan en su interior todos los nutrientes) , “tuppers” de comida casera que se recalientan en la oficina, ensaladas aliñadas a última hora, minutos de anécdotas compartidas durante el café, son solo algunos ejemplos de resistencia.
Sin embargo, con la crisis, el empeoramiento de las condiciones laborales en muchas empresas o, recientemente, el incremento de la jornada laboral en la función pública, ha puesto en jaque nuestro frágil equilibrio entre la conciliación de la vida laboral y familiar y los hábitos dietéticos.
No sabemos si los cargos políticos que promulgan y aplican los decretos cobran o no dietas cuando se quedan a comer en el desempeño de su puesto. Sin embargo, para los curritos de a pie, el aumento de horas de trabajo no va acompañado, ni del correspondiente tiempo para comer, ni de la dieta. Podemos suponer que la intención de los próceres no es favorecer la americanización de los hábitos si no contribuir a la mejora de la salud pública: no hay nada más eficaz para perder peso que no almorzar.